Llevaba días sin ver a tu padre cuando recibí aquel primer mensaje en mi teléfono. Era de alguien que no se identificaba. Sugestionada por mi conocimiento de la astrología, y bajo los efectos de lo que creía que era un tránsito del planeta Neptuno sobre mi Venus natal, interpreté «ese mensaje» como un «pródromo» de lo que se avecinaba: una mutación existencial de mi sistema de valores. Había leído varias veces ‘El efecto de Neptuno’ de Patricia Morimando y el aviso no podía ser más diáfano; así que, a nivel inconsciente, no podía hacer otra cosa que reproducirlo: me gustase o no me sentiría confusa y en mi estado sería proclive al autoengaño. Por si esto fuera poco, comencé a leer, en ese momento, ‘El Peregrino de Compostela’ o ‘Diario de un mago’ de Pablo Coelho. Conjunción de dos factores que, a toro pasado, me resultarían insoslayables.
A ese primer mensaje le siguió otro, y a ese otro más y otro y un sinfín. Yo tenía que contestarlos porque mi esperanza era que me los estuviera escribiendo tu padre. Eran de un hombre que me hablaba de lo que significaba para él y del deseo que tenía de encontrarse a solas conmigo. Miora me advirtió que era un envido peligroso por el que había empezado a apostar, porque aceptaba la venda que se me ponía en los ojos, y a ella su juicio le sugería que no se trataba de tu padre, aunque como yo acabará cediendo a las «evidencias».
El primer contratiempo fue que el saldo de mi tarjeta prepago se agotó en seguida. Pero, como si se tratase de magia, se lo comuniqué al que estaba al otro lado de esos SMS y, de pronto, mi saldo no tenía límite. A intervalos comencé a manifestarme cariñosa como me apetecía serlo con tu padre. Que quizá fue eso por lo que el de los mensajes un día se animó a decirme quién era en realidad: el señor Arrojo. Pero, entonces, ¿qué interpreté yo? Pues sencillamente que era un valiente. Aunque no sé por qué razón otro día no lo tuve tan claro y, a partir de ahí, fue una zozobra: que fue cuando pensé que podía tratarse de Peter. Y aunque él me juró que no tenía nada que ver, fui incapaz de no ponerme muy desagradable con él. Otra contrariedad la supuso Manolo, mi jefe de los miércoles, que no comprendía, de pronto, qué me ocurría y que quiso forzarme a estar más pendiente en mi «trabajo»; es decir, pendiente suyo. Tratando de hacerme ver que el problema, si recibía unos mensajes anónimos y los respondía, era mío. Instante en el que efectué con él el corte violento y apliqué la distancia esquizoide.
Y era cierto, el tránsito de Neptuno sobre mi Venus natal iba a transfigurar mi sistema de valores, porque yo ya estaba admitiendo que tu padre pudiera sostener más de una relación de índole sentimental al mismo tiempo. Algo que, al principio, me había parecido impensable, a pesar de que yo misma -ya lo sabes- mantenía una relación con Hudson. Me estaba convirtiendo en otra más tolerante y comprensiva, que será lo positivo que saque en conclusión al final del proceso: aquellos ámbitos en los que estaba por completo cerrada y a los que me abrí. Aunque he de reconocer que, en verdad, sólo de forma transitoria. Porque por las relaciones que me esperan en el futuro sabré que este cambio no fue profundo. O tal vez lo era pero mi nueva amplitud de miras se limitaba estrictamente a tu padre.
También habré alcanzado el punto, en la lectura del libro de Coelho, ‘El peregrino de Compostela’, en que éste comienza a hablar del amor que devora, del ágape, que no es otro que el que Jesucristo nos enseñan que siente por nosotros. Un día, tras días de apenas haber dormido, comienzo a mensajearme con el «señor Arrojo» muy temprano, y paso todo esa mañana y toda esa tarde haciéndolo, y también paso toda esa noche en una actividad febril… El «señor Arrojo» me está hablando de su realidad, que es la de experimentarse muy solo y sólo poder consolarse con prostitutas. Mi conmoción por él es extrema. He cruzado la línea que existe entre el estado hipomaniaco y la manía y, por vez primera, estoy teniendo un brote psicótico y yo no lo sé. O tal vez era lo que el psiquiatra Javier Álvarez nos da a conocer como «status epilepticus partialis». la hiperia.
Empapada en lágrimas de misericordia, cuando Coga se marcha a su trabajo, me tumbo en la cama y un extraño céfiro me envuelve, mientras me percibo siendo trasladada al instante de la crucifixión. Estoy bajo la cruz y Cristo, desde su semblante de compasión infinita, me mira sólo a mí, que en mi compasión infinita, no puedo dejar de llorar por él y por la triste realidad que ahora conozco del «señor Arrojo», o sea, siempre en mi pensamiento, tu padre. La experiencia fue inefable pero de ella conservaré, durante muchos años, una sentencia a la que se me exhortaba: «¡Perdónalos, porque no saben lo que hacen!» Sin poder dormir, cuando el llanto catártico fue cesando, me duché y salí a la calle. Me experimentaba como elevada, como si no pisase el suelo, no por encima de nadie sino purificada, bendecida, existiendo en la benevolencia y magnanimidad más absolutas. Era una elegida. Y esto será lo que yo llame durante mucho tiempo «mi experiencia cumbre». Porque lo sucedido en esas horas tardaré largos años en olvidarlo e impregnó toda mi naturaleza.
Pero vayamos a lo que importa. Por esos días le hice llegar una rosa roja a tu padre a su centro de trabajo. Yo misma la elegí en la floristería, aunque en principio iba a ser Miora la que iba a ayudarme con ello. Escribiendo en una nota que la acompañaba: «Es muss sein! Es muss sein, ja, ja, ja!» Palabras en alemán que pertenecían a ‘La insoportable levedad del ser’. y que podían generar cierta confusión, ¿no? Y lo más grave, intenté colarme en su consulta sin que me invitara a hacerlo, arrojándome en sus brazos. Algo que lo dejó atónito. Creo que me echó, por supuesto pero no a cajas destempladas, porque también el sentimiento, de algún modo, tiraba de él. Yo, en mi psicosis, creía que tu padre sólo estaba disimulando o protegiéndose.
Al final Cami, convencida como se sentía de la identidad del que le enviaba esos mensajes, se decidió a tener una cita con el «señor Arrojo».. Cami era como había comenzado a llamarla él. Que debute en este párrafo distanciándome de mi misma es lógico hasta cierto punto. Porque ese será uno de los mayores golpes que me he llevado en la vida. El «señor Arrojo» y yo quedamos en encontrarnos en la calle en la que vive Miora, que observó todo lo que sucedió desde su salón. El señor Arrojo me esperaba en su mercedes clase C, una berlina de color negro. Cuando vi el coche detenido delante de mí y a ese desconocido dentro de él reaccioné con mucha sangre fría. Lo hice conducir hasta la Ronda, desde donde Miora podía observarlo mejor porque había más luz, y bajarse del coche, para que me explicara quién era y quién le había dado mi teléfono. Él no daba crédito a que no lo reconociese. Era el padre de Marcos, un adolescente que era compañero mío en el cursillo de tenis. «¿Vas a subir al coche, Cami?» -me preguntó. «Yo con usted no voy a ir a ninguna parte» -le dije. Entonces me di media vuelta y lo dejé con un palmo de narices. Y no sé quien de las dos se sentía más decepcionada, si Miora o yo. Pero nos pusimos a hablar y ella me explicó que el señor Arrojo, al menos, se merecía que le diera una oportunidad, porque había sido a través suyo que yo había experimentado lo Sublime. Y eso era cierto. Así que al día siguiente él regresó a buscarme y me llevó a un pueblecito marinero, donde estuvimos tomando algo y hablando de lo sucedido. Pero ni él me gustaba un ápice ni, entonces, me convenció. Era un mafioso que sólo sabía presumir de lo rico y poderoso que era. Yo había estado transcribiendo cada uno de los SMS que cruzamos a mi serie de cuadernos, los cuadernos que iban del trece al diecisiete. Él, dos tardes después, me envió un taxi para recoger esas fotocopias, y cuando las tuvo en su poder me dijo que era «una policía cojonuda», y que eso sería aceptado como prueba en un juicio. Entonces, le aseguré que no pensaba denunciarlo pero a cambio sólo quería que se olvidase de mí, y lo cierto es que no recibí nunca más ni una sola noticia suya.
Ahora bien, las palabras y promesas de amor más hermosas que yo había escrito nunca se las escribí a tu padre en esos cuadernos. No te las voy a transcribir, porque ya te expliqué porque no puedo hacerlo. Esos cuadernos también se los entregué. Lo malo fue, o lo malo vino, cuando quise recuperar mi diario de deseos. Sí, porque lo otro eran siempre fotocopias, a excepción de los tres primeros cuadernos y éste. Y lo malo fue que tu padre quiso tomarme el pelo. Así que no me dejó otro remedio que el de montarle un número muy grande, a las puertas de su consulta. Tal vez motivado porque un día vi a Luisa, que creo que era paciente suya, pasar a su interior. Y ese coraje que me dio que él tratara de vacilarme, cuando yo para él sólo tenía los mejores anhelos, fue el que me dio fuerzas para quitarme de en medio y desaparecer de sus días y de vuestras vidas. Entré en la Red y me transformé en En_Penumbra. Eso fue a finales del año 2001. Sentía que me habían robado mi humanidad y me convertiré en una experimentadora. Te ahorro los detalles pero si algún día coincide que nos veamos y te apetece saberlos… no dudes en preguntármelos.
Bueno, mi niña, y hasta aquí la primera parte de mi historia. La que me habría encantado compartirte. La que sé de sobra que tú, en aquel entonces, hubieras comprendido mejor que nadie. Muchos besos.