Ya he sumado el número. Fue esta tarde…Tiene razón D., no aprendo. Había quedado con Elena, la Poeta, en la Campa. D. había recién iniciado su charla en el acebo. Elena no quiso seguirla, quiso que habláramos. A mí me parece que su química cerebral es pésima. Creo que es ella quién necesita que le echen un cable y no Diego; creo que tiene un buen lío ahí dentro… Por una parte me despierta el sentido proteccionista, por otra sé que me parezco demasiado a ella. Yo no he tenido ayuda. ¿Hubiera sido mejor con ayuda? Escribir es mi terapia.
A Elena le gustó D., mucho. Se apuntó al próximo recorrido. A todo: al taller de papel reciclado, a Cormoranes, a observar las aves conmigo. A J. no le gustó Elena; la llamó señora y yo le dije medio «mosqueada»: «Oye, qué yo soy mayor que ella.»
– Pero no lo parece.
– Será por la ropa.
Diego dijo lo mismo.
Luego estuvimos en el parque de los cerezos. La abuela de Laura y su tío vieron las fotos que tomé:
– Eres una artista -dijo Herman.
También vieron la del señor Palmer. Todas les gustaron pero quizá esa les sorprendió. Herman parece estar tomándome cariño. Nos dice: «Qué generosas sois. Tenéis que ser felices. Él que da es más feliz que el que recibe.»
Yo sé que no me dicen lo que me dicen por halagarme, sino por agradecerme. Ya sé yo que no soy una artista. Es su manera de decirme que el detalle les ha gustado mucho. No me creo nada de lo que se dice; sólo la sinceridad de los gestos. Cuando Herman se va me coge un hombro en un gesto de calor, afectuoso. Les estoy haciendo mella. Sienten haberme juzgado mal. Eso es injusto porque no sé como empezó todo pero yo perseguía un fin. Fue conocer a Laura lo que varió el rumbo de la historia. Fue como ella llegó a mi corazón. «¡Dios! ¡Cómo la echo de menos!» La quise porque lo amo a él, es cierto. Y, sin embargo, dudo profundamente que vuelva a ser capaz de franquearme a él. Mi corazón se ha cerrado. Donde no hay risa no hay corazón.
*Escrito un 5 de Septiembre/ 2003
EL TÁNDEM 